Monday, October 20, 2008

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A Chapita


No recuerdo la primera vez que lo vi, pero sí el día en que empezó a ser alguien en mi vida. Antes de ese día, era un adorno más de la universidad, uno, no muy agraciado, es cierto, pero más vivo que otros tantos estéticamente más atractivos. Después de ese momento en el que él empezó a ser parte de mis días, lo veía diferente. Estoy segura de que antes de verlo esta primera vez lo había visto muchas veces sin darme cuenta. Esta vez de la que hablo, él se encargó de que lo viera, para que, luego, ya no pudiera dejar de hacerlo. Cuando pasaba días sin encontrarlo por ahí, me preguntaba por él, cuando lo veía golpeado, me sentía mal y siempre que pensaba en él, aunque me dé un poco de pena confesarlo, sentía deseos de invitarlo a mi casa y cocinar para él. Los pocos amigos a quienes les comenté este deseo me vieron angustiados. Me hicieron prometer que no lo haría. Pero si no lo hice, no fue por ellos, sino por tonta. Ya nunca cocinaré para él, ni me callaré para oírlo hablar de su vida (secretamente, era eso lo que quería hacer: callarme para oírlo hablar). Pero nada, ahora que ya no adorna, ni distrae a los que pasamos cada día por su banquito, no me queda sino recordar aquel día en el que empezó a existir para mí. Era un lunes, lo recuerdo bien. Iba tarde para mi clase de las siete, así que corría. Estaba en primer año, ¡cuánto tiempo ha pasado! Corría por la placita, esa que queda cerca del Farmatodo de Valle Abajo, donde está una estatua de un hombre con un perrito. Corría sin ver a los lados, pensando en que de nuevo me había quedado dormida, en que si no me apuraba pasarían la lista y me pondrían inasistente. Lingüística I, la única materia a la que no podía faltar -llegar tarde era, a los efectos, lo mismo-, con sólo 8 inasistencias se perdía el año. En eso pensaba, molesta además con la idea de ver la cara de la profesora hablando de Obediente y Quilis. Entonces, de la nada, oí que me decían "¡Corre, corre! Llegarás tarde y perderás la materia por inasistencias". Justo lo que yo pensaba. Me detuve en seco y miré extrañada a aquel espía. Me asusté un poco, más que un poco, tal vez, pero no era para menos: ese hombre alto, borracho, sucio y golpeado, había leído mis pensamientos. Me quedé viéndolo por unos segundos y entonces él me sonrío. "Corre", me dijo de nuevo. "Gracias", le dije yo, aún sorprendida, antes de seguir mi camino. Fue extraño como entró en mi vida universitaria (y no-universitaria), espiando mis pensamientos, sonriéndome. Ese día empecé a preguntar por él y a saber de él. A partir de ese lunes empecé a saludarlo. Esa mañana, en la que él escuchó mis pensamientos, dejó de ser ese adorno feucho de mi universidad para convertirse en esa persona que me falta cada vez que paso por su banquito, esa persona a quien extraño, a quien, si bien una vez le regalé dos cambures, nunca invité a comer.


Elisa Nárvaez -(colaboradora)

2 comments:

Ana Lucía said...

muy bonito, Elisa. conmovió

Mario Morenza I said...

Excelente, Elisa. Poco a poco serás referencia narrativa no sólo neoespartana, sino de la narrativa joven. GRacias por esta pequeña joya dedicada a ese ícono de la UCV, Chapita.