Tuesday, October 21, 2008

Notas busconianas



- Sueño con una librería en donde cada libro venga con el trago que le corresponde. Por ejemplo, la Divina Comedia con un buen Chianti. O los cuentos de Garmendia con un Cuba Libre.

- Frustración reiterativa: Que la caja de la entrada en El Buscón no fuera una barra de un bar, en donde yo sirviera tragos y recomendara libros mientras tanto. Y luego los comentara con los asiduos por horas hasta la madrugada.

- Esperanza del pesimista: Por cada libro mal escrito, una mujer que lo compense con todo lo contrario. Cielo de los musulmanes.

- El buen librero es el pasional. Si usted pone a alguien a alfabetizar un estante por apellido de autor y termina en 10 minutos, ese no sirve. Si se tarda dos horas, mientras revisa títulos, los toca, los lee, ese sí sirve.

- Argumento del idiota: “En este país no se ha editado nada”

- Uno dice: “Mi escritor es Dostoievski”; el otro: “El mío es Tolstoi”. Ambos declaran que el uno es mejor que el otro. Baja el micrófono, aparece el Madison Square Garden, yo me pongo en el medio, doy las indicaciones y declaro comenzada la pelea.

- Así como las sensaciones en un cuerpo pueden ser infinitas, las que otorgue un libro también. Un libro es un cuerpo intelectual.

- Me siento a comer algo en el depósito, lleno y lleno de cajas de libros y de estantes llenos de libros. Me dicen: “¿Sabes que aunque te vayas nunca te vas a librar de nosotros, no? En otros lugares del mundo nos encontrarás, nos limpiarás y cuidarás porque ese es parte de tu sino. No puedes hacer nada, no puedes huir ni esconderte. Lo sabes, ¿no?”.
“Sí”, respondo, sin levantar la cabeza y sigo comiendo.

- Ejercicio de la memoria: recordar a cada mujer hermosa en la librería por el libro que busca. Te ganas una mirada de ella y quizás una sonrisa. Y quizás algo más. Es un negocio redondo.

- Armar la biografía de alguien a partir de sus libros. Ver las fotos con que marcaron páginas, facturas de hotel, tickets de avión, cartas a la madre anunciando que se divorcia, cartas anunciando que está embarazada, dedicatorias en el libro. Reconstruir sus vidas.

- Recompensas: conseguir el libro que alguien lleva años buscando. Puede ser a un joven buscando respuestas, a una señora avivando nostalgias. Un señor llega un día y me pregunta si tenemos algo de la poesía de Carlos Borges, el sacerdote venezolano de tiempos de Gómez, marcado por la polémica de lo erótico de sus escritos. Le digo que no, pero trataremos de conseguirlo. Lo hago y el señor viene. Casi llorando, me dice: “Estos textos me cambiaron la vida, me enseñaron a amar. Me los sé de memoria. Solo quería comprobar que no fue un sueño eso que leí hace 50 años. Gracias”.

- Conozco a una muchacha fanática consumada de Dickens (como lo soy yo). Hablamos mucho siempre de él. Un día, después de revisarlo bien, descubro en nuestras cajas una primera edición de Dickens (1837). The Pickwick papers. Un día la veo pasar afuera, la llamo y la pongo en sus manos. Estuvo unos tres cuartos de hora tocándolo, revisándolo. Dio las gracias y se fue. Por cosas de la vida, leo en un blog un comentario de ella diciendo que fue una de las mejores experiencias de su vida ese momento. Eso es ser un librero. Quien no entienda eso que renuncie y que se vaya.

- Los libros se limpian, se huelen, se revisan, se ojean página a página. Lástima que lamerlos pueda ser mal visto y el sabor, supongo, desagradable.

- Dato pesimista: todo libro editado a partir del siglo XIX está hecho con papeles con químicos que le dan un rango de vida de 150 años nada más, momento en que se desintegrarán. ¡Léanlos!

- Tocar una edición del siglo XV del Decamerón. Ver sus marcas de agua, lo mágico del papel. Luego viajar a Florencia y palpar el aire. Solo así se entiendo todo.

- Abrir una edición fea por fuera y encontrarse un grabado de Juan Gris. Es una primera edición de Hemingway. ¿Sentiría él lo mismo al pescar un pez aguja en aguas de Florida?

- Confusión: Una vez, se presume, tuvimos una primera edición de Lolita, de Nabokov. Olympia press. No era la primera edición, pero un sentido lúdico de las cosas me invita a soñar que sí fue y que alguien se la llevó por 10 mil bolívares hace cuatro años. Brindo por ello.

- Limpiar libros de la biblioteca de Guzmán Blanco y de Briceño Iragorry o, recientemente, de Juan Rohl. Tener en tus manos libros que eran de Rafael Cadenas, Yolanda Pantin. Es como sentirse dueño de la Reserva Federal de los Estados Unidos.

- Si alguien llega, escucha el jazz que borbotea, toma un libro y se lo lee de cabo a rabo, ¿quién soy yo para impedirlo? Debo velar porque la música que suena siga el golpe que lleva su lectura, preferiblemente hablar muy mal de la película que va a ver (tiene el ticket en la mano) y esperar a que pase el tiempo, secretamente marque la página en que se quedó (perdió la película, pero igual tiene que irse ya) y esconda el libro. Sale. Tomo el libro y lo tapo con otro para que cuando vuelva no se lo lleven. En estos tiempos, hay que velar por la lectura de los otros.

- Mi primer encuentro: la primera edición de La casa de los Abila. Fue como una revelación. Descubrí la singularidad de cada libro.

- Un orden de lecturas: Rabelais, Defoe, Sterne, Dickens, Stevenson, Conrad, Lawrence, Miller.

- No debe irrespetarse nunca el interés de tantas mujeres por Anaís Nin, Virginia Wolf, Beauvoir, etc. Hay que estimularlo. Seremos los agradecidos.

- Secreto: todas las librerías están llenas de Francescas.

- Julio Garmendia es asiduo de El Buscón. La butaca del fondo es su sitio. Cuando la prestamos para una obra de teatro armó un zafarrancho tal que se dañaron dos lámparas, la impresora por un tiempo y se caían los libros a cada rato. El otro Garmendia, Salvador, los recogía por que es buena gente y sabe que recomiendo sus libros.

- Ser honesto: el libro de un autor amigo puede ser mejor que otro. Decírselo. La honestidad es la base de la relación entre el autor y quien vende sus libros.

- Siempre tuve rabia pues pensaba que Ramos Sucre no visitaba la librería. Me equivoqué. Él era el que escondía las cosas para que Katyna las buscara. Como diciéndole: no dejes de leerme por favor, de indagar en mis palabras. Los fantasmas también se enamoran.

- Rafael Cadenas es el mejor book dealer de este país. Cada semana pasa y lleva unos cinco libros. Pocos, pero cada semana. Revisa los que hay, a veces se lleva algo. Te recomienda cosas para que leas, te presta libros. Sabe lo que ofrece, porque revisa siempre lo que hay y no hay y nos lleva lo que falta. En el fondo, sabe que la gente necesita leer según los signos de los tiempos. Es un viejo que camina mucho, aún anda en autobús, tiene un sentido del humor maravilloso y sabe de béisbol como pocos. Tiene más de 70 años. ¿Saben lo que es hablar de libros todas las semanas, de poesía, con el mejor poeta de este país?


Ricardo Ramírez -(Colaborador)


3 comments:

Imágenes urbanas said...

Ricardo, cuando leí estas notas por primera vez -gracias a Hector Torres- me conmovieron. Me encanta releerlas aquí. Me gustaría saber, por simple curiosidad femenina, que dijeron Katyna y Federico de ellas...

Un beso y sigue deleitandonos con tus notas!!!

Mario Morenza I said...

Gracias Ricardo, qué nota tener tus notas busconianas en El Apéndice #5. Un gran abrazo para vos. haber cuando nos lanzamos el primer antentado apendicista en El Buscón.

Maribel said...

Qué maravilloso secreto ese de que todas las librarías están llenas de Francesca, bello. Qué risa el argumento del idiota, qué risa.